miércoles, 9 de octubre de 2013

(IV) DERECHOS RESERVADOS



(IV) DERECHOS RESERVADOS


Aunque el mar estuviera en total calma y su movimiento fuera imperceptible en la dársena, Juan no podía evitar las noches de insomnio, en las que las horas se eternizaban. Pero bastaba tener cerca a una criatura como Raquel, con la inocencia que se desprendía de su sueño, para apagar sus arrebatos y caer en un tierno abandono, que le hacía descansar, aún con los ojos abiertos en la oscuridad.
Por la mañana salía Raquel a trabajar, recogiendo los encargos al teléfono de su oficina que era un "bluff". Una empresa de servicios cuyo único patrimonio era un pequeño despacho con siete lineas de teléfono, un fax y conexión rápida a Internet; y sin más, se dedicaba a subcontratar cualquier servicio que se le encargase, desde alquiler de coches o cualquier tipo de transporte - una vez un helicóptero para una boda- ; hasta servicios de limpieza, pintura de edificios o reparación de computadoras.
Ahí pasaba Raquel su jornada, anotando los encargos y pasándoselos a la empresa adecuada. A veces soportando insolentes reclamaciones con paciencia infinita o voces impertinentes que exigían más celeridad en el servicio. Con su tono infantil ejercía ciertas pequeñas venganzas poniendo música de Albinoni mientras mantenía la linea en una espera intencionada. Tal era su ingenuidad como su miseria. La grandeza de Raquel estaba afuera, cuando cuidaba a su madre con el cariño desinteresado e inconsciente que fluía de su ser, ocupándose de la casa y de tener bien abastecida la despensa, para que a su anciana madre no le faltase de nada.
La llegada de Juan a la isla había alterado felizmente la monotonía que se había ido enquistando en la vida de Raquel. Pasar las noches en el barco la llevaba a preparar todo con antelación, desde la ropa, con la que tendría que ir al trabajo al día siguiente, hasta asegurarse de que su madre dormía profundamente en la casa. Y de pronto se sintió más activa y organizada que nunca. Por el contrario, Juan parecía haber caído en el marasmo, pasaba largo tiempo mirando el azul del agua desde la borda, invadido por un esplín en él desconocido, y solamente le animaba la llegada de la tarde, cuando cargaba con sus instrumentos para tocar en su esquina de la plaza.
Una vez se hubo instalado, comenzaba su alegre repertorio tocando la guitarra y con el ritmo de los tambores en su espalda. Enseguida se formó un corro de espontáneos paseantes y de niños que llegaban con las monedas que les daban sus padres. Al cabo de unos minutos sintió un murmullo que recorría el corro e iba en aumento hasta convertirse en gritos y silbidos, cuando se percató de la presencia de  dos agentes de policía que se le acercaban.

2 comentarios:

  1. Uyssss la policía!
    Esos hombres de uniforme eran sinónimo de ruptura,¿quizá? con ese particular despertar-de otro modo-a la vida de Juan.
    Varias notas diferentes marcan este relato, pero son el amor y la música, esos dos elevadores del alma, los que parecen correr peligro, al menos por el momento, uno de ellos.
    Espero equivocarme y no corten las alas musicales de Juan.
    Besos.

    ResponderEliminar
  2. Esto se pone feo...la policía va a "fastidiar" el asunto...

    Siempre es así...nada bueno trae esta presencia...

    Sigo leyendo, ¿así no hay forma de poner título?

    Besos

    ResponderEliminar